Nos han quitado la tierra - Un homenaje a Juan Rulfo y el Llano en Llamas
Esta historia es un tributo a la historia nos han dado la tierra, en honor al aniversario de Juan Rulfo, un héroe personal y gran baluarte de la literatura mundial, latinoamericana y en especifico, la Mexicana.
Juan Rulfo, pese a que se disputa su lugar de nacimiento, no cabe duda de que creció en el municipio de San Gabriel, Jalisco, es de este lugar de donde, al igual que Rulfo, si bien no nací ahí, los años de mi infancia que pase ahí me formaron y conociendo los mismos parajes que este ilustre hombre, me vi inspirado por su literatura fantástica y las bellas pero muchas veces tristes escenas que se dan en lo que es conocido como "el llano en llamas", que si bien es una zona designada a San Gabriel y sus municipios colindantes, bien es un reflejo del resto del país y de Latinoamerica, incluso hoy en día.
Nos han Quitado la Tierra. - Un homenaje a Juan Rulfo y el Llano en Llamas
Juan Rulfo, pese a que se disputa su lugar de nacimiento, no cabe duda de que creció en el municipio de San Gabriel, Jalisco, es de este lugar de donde, al igual que Rulfo, si bien no nací ahí, los años de mi infancia que pase ahí me formaron y conociendo los mismos parajes que este ilustre hombre, me vi inspirado por su literatura fantástica y las bellas pero muchas veces tristes escenas que se dan en lo que es conocido como "el llano en llamas", que si bien es una zona designada a San Gabriel y sus municipios colindantes, bien es un reflejo del resto del país y de Latinoamerica, incluso hoy en día.
Nos han Quitado la Tierra. - Un homenaje a Juan Rulfo y el Llano en Llamas
Mucho rato estuvimos caminando, observando. El pinche pueblo estaba desierto, olvidado, hacía mucho que las gentes ya no eran sino sombras del pasado, y lo que de verdad vivía y respiraba sobre el pueblo era el mismísimo miedo.
Después de un tiempo ya no preguntabas qué casa había sido abandonada y que casa había sido saqueada o despojada. Solamente caminabas a un lado aguantando el solazo de la tarde viendo la pintura y la sangre seca de las paredes quebrarse y caerse junto con lo que le queda a uno de alma.
Mientras caminamos aquí o allá se oyen los perros ladrarle a las motos que le dan vueltas al pueblo.
También oigo los pinches fantasmas en mi cabeza, esos gritos ahogados que no me dejan dormir ni a mi ni a los que me siguen.
Cargo en la espalda el cuerno de chivo que le quite al más chamaco de los que vamos.
Somos cuatro, éramos más, pero ya nomás quedamos cuatro.
El chamaco era el más chico de los hijos de mi compadre Fausto, ya ni me acuerdo del nombre del chamaco, quedó mudo desde que se murió su padre.
Digo se murió porque aquí morirse y que lo maten a uno es casi lo mismo, que se murió del corazón, que se murió de cáncer, que de diabetes; esas cosas ya no se oyen por acá. Ya nomás uno oye de oídas que se murió porque no pagó, porque no entregó, porque no aflojo, porque el otro andaba borracho, una vez hasta escuche que porque el otro tenía calor y ahí nomás, tres plomazos.
Mi compadre Fausto creo que se murió de pena, de esa que uno anda cargando diario ya que se le mueren los hijos y la mujer antes que uno, él ya no la aguantó e hizo que se muriera uno de ellos. Ni supe cómo estuvo tal hazaña, pero cuando llegaron por él, mi compadre escondió al chamaquillo, supongo que lo vio todo; vio como llego uno de esos cabrones a acribillarlo con este mismo cuerno de chivo que cargo en la espalda; ah pero el muchacho salió más vivo que cualquiera de los otros dos, le bajó el arma a chingadazos y se la reventó en la cara con el mismo cañón con el que probablemente se habían cargado a toda su familia.
Llegué cuando se acabaron los cañonazos, encontré al muchacho lleno de sangre con los puños pelados e hinchados y el fusil en el suelo, no creo que tenga ni 15 años, le quite el arma y lo escondí en un jacal en el cerro donde no se paran ni los muertos, hasta eso algunos de los jijos de la chingada aún no lo encuentran si no ya lo estuvieran apestando con sus químicos.
El que me sigue de edad es Feliciano, a él casi ni le hablo, nos peleamos hace años, cuando mi mujer aún vivía, el cabrón se acostaba con ella, no es que fuera un santo, también tenía mis queridas, pero a ninguno se la perdone.
A el tampoco le queda nada, ni su huertito en la sierra, ni su casita, lo sacaron a putazos. Nunca tuvo hijos, y si los tuvo con mi mujer; pues igual también ya me tocó enterrarlos con los míos.
Melitón es el nieto de Melitón, a mi me toco conocer a los tres, y lo quiero como si fuera mi propio nieto, ya esta grandecito, hasta había un cuarto Melitoncito en camino, mijo iba a ser el padrino. El trae su pistola grabada con su nombre, el quinto Melitón y el último.
Todos caminamos por este pueblo de ánimas, todos un poquito muertos por dentro, aguantando la resolana que le pega a uno en el lomo pero no quema tanto como el infierno de perder todo por lo que nuestras familias trabajaron por generaciones en este pueblo.
Un día nomás llegaron en sus trocas y con sus ametralladoras y nos dijeron.
- Nosotros los vamos a proteger de los del otro bando, esos si que son re malos. Eso sí; “ay” verán si nos traicionan.
Nadie se inmuto, llegaron a la presidencia y se echaron unos mezcales con el presidente y los municipales como si fueran bien compas.
Todas las pinches noches se la pasan en fiestas y la banda a todo lo que da.
Hubo unos que los quisieron denunciar los primeros días o que simplemente ya se habían hartado de tanto desmadre, amanecieron sin cabeza y con carteles que decían que eso les pasaba a los traidores.
Hay gente que se fue pal otro lado, no “Pal Otro Lado”, si no para los Estates, y que aún no sabe que no tienen nada ni nadie con quien regresar, esos son los más desafortunados.
Ni federales ni el ejército se paran por acá, los únicos carroñeros son nomás los zopilotes que llegan a desayunar.
Melitón nomas alza la voz lo suficiente para que lo escuchemos.
- Ya casi es hora.
Yo asiento con la cabeza.
Trago saliva seca y me limpio el sudor de la frente.
Feliciano cuenta sus balas en su bandolera una y otra vez, el es de la vieja escuela, trae una carabina que le heredaron sus padres, esa fregadera ni le va a servir le dije, ellos traen cosas más modernas, rápidas y que te hacen agujeros más grandes. El siguió sin dirigirme la palabra. Nomas cuenta sus balas.
Hace ya tiempo que nos viene y nos va el agua de temporal, con tierras que no podemos trabajar porque ahora son o para esconder trocas, o hacer meta, o sacar marihuana.
El muchacho de mi compadre se mueve por la sombrita, calladito calladito, nomas con los ojos bien pelados, bien atento a todo lo que se mueva. Hace señas, pero ni una palabra suelta.
Yo nomas me acuerdo de mis nietos, de como los fui a enterrar uno a uno, y el gusto que me va a dar cuando les queme sus plantitas de marihuana como lo hicieron con la milpa cuando andaban ellos en el potrero.
Ya nomas me queda una nietecita, pero ya la mande lejos lejos, con uno de los hijos de mi hermana que le salió puñal, el vive en el norte y siempre quiso tener hijos, pues de menos así la niña tendrá un hogar y uno donde la quieran y no morirá como perro como uno.
Volteo pa'rriba pa' ver el sol y pienso ya es hora.
Ya los tenemos bien medidos, los vemos ir y venir, a este punto ya se creen intocables los desgraciados. Aquí es cuando están más vulnerables, con la gente emputada y bien borrachos al medio día.
Le hago la seña al hijo de mi compadre Fausto, que se ponga junto a la puerta del burdel y le chiflo a Feliciano y a Melitón. Yo me paro del otro lado, volteo a ver el cristo arriba de la iglesia de la plaza, me persigno aunque Dios ya se haya ido del pueblo; a un padre lo corrieron al otro…, no, es mejor no pensar en eso justo antes de empezar.
Soy el más viejo de los cuatro, ya no nos queda nada y antes de patear y empezar a disparar, pienso en algo como un grito de guerra, en todo lo que nos han quitado, y empiezo…
- Nos han quitado la tierra…
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